Jairo ‘Ito’ Parra Sevilla: una vida entre cámaras, poesía y velocidad. La Gente Bacana del CAM

Ito Parra

Jairo Fernando Parra Sevilla, más conocido por todos como Ito, es una de esas personas que dejan una marca silenciosa pero profunda en quienes lo rodean. Su apodo, que hoy es casi un nombre propio, nació en su infancia, cuando su hermana menor no podía pronunciar “Jairito” y lo llamaba simplemente “Ito”. Desde entonces, así lo conocen todos: en el barrio, en el colegio, en la universidad y en los medios. Su nombre completo casi se ha perdido detrás de ese diminutivo afectuoso que refleja su esencia: cercana, sencilla, auténtica.

Ito es un hombre tranquilo, con una mirada que combina la serenidad de quien ha aprendido a observar el mundo y la pasión de quien ama contar historias. Su vida ha girado siempre en torno a la imagen, a capturar momentos que digan más de lo que las palabras pueden expresar. No hay en él grandilocuencia, sino una sensibilidad genuina hacia las personas y los lugares que retrata. Quizás por eso, más que un camarógrafo, muchos lo ven como un cronista visual de la ciudad, alguien que ha sabido narrar la historia de Cali desde adentro, con el lente y con el alma.

La familia ocupa un lugar esencial en su vida. Es el mayor de tres hermanos y, pese a los compromisos de cada uno, mantienen viva la costumbre de reunirse con frecuencia, cada ocho o quince días, para compartir tiempo y música. De su abuelo heredó la pasión por los instrumentos de cuerda y la música colombiana. En esas tertulias familiares, las guitarras, los tiples y las voces se unen para dar vida a pasillos, boleros y melodías de los años 30, 40 y 50. No es solo una tradición, es una manera de conectarse con sus raíces, de mantener viva una herencia sonora que acompaña su forma de entender la vida. Esos encuentros, dice, son su refugio, el lugar donde todo se detiene y solo queda el gozo de estar juntos.

Su historia en la Alcaldía de Cali comenzó en 1995, aunque su vínculo con la entidad empezó un poco antes, en 1994, cuando realizaba algunos trabajos independientes. Fue la periodista Pilar Hung quien lo invitó oficialmente a unirse al equipo de comunicaciones, después de haber trabajado juntos en un noticiero nacional. Aceptó la propuesta como una oportunidad para dejar atrás los riesgos de los medios en una época marcada por la violencia, los carteles y las tomas guerrilleras, y comenzar una etapa donde su cámara pudiera contar historias desde la construcción, no desde el miedo.

Desde entonces, han pasado más de tres décadas. En esos años, Ito ha sido testigo directo de la evolución de Cali, de sus cambios, de sus luchas y de sus logros. Ha visto pasar alcaldes, proyectos, eventos históricos y transformaciones urbanas, pero sobre todo ha visto a la gente, la verdadera protagonista de sus historias. Para él, su trabajo no se limita a registrar imágenes, sino a transmitir emociones, a lograr que lo que captura con la cámara pueda tocar vidas, inspirar reflexiones o simplemente dejar una huella positiva. “Contar historias a través de la imagen”, dice, “es lo que me apasiona; y si esas historias contribuyen al cambio de las personas o de la ciudad, entonces mi trabajo tiene sentido.”

Pero la vida de Ito no se reduce a su oficio. Tiene otras pasiones que lo definen y complementan. Es deportista, amante de la velocidad y la adrenalina. Desde niño sintió fascinación por los karts y los autos de carrera, y a los 8 años comenzó a competir. Aunque el automovilismo es un deporte costoso, logró abrirse camino y cumplir varios de sus sueños: fue campeón nacional de rallies en 1998 y más adelante, en 2011, campeón en la modalidad de karts de competencia. Ese mismo año, logró clasificarse al campeonato mundial Red Bull Car Five, que se realizaría en 2012, pero un accidente laboral le impidió asistir. No pudo volver a clasificarse, pero no renuncia al sueño de representar a Colombia nuevamente. “Quisiera volver a competir y traerme ese título mundial”, confiesa con la misma ilusión con la que un niño mira la pista por primera vez.

Otra faceta menos conocida, pero igualmente poderosa, es su amor por la poesía. Desde sus años de colegio, cuando una profesora descubrió su talento para escribir, Ito encontró en la escritura un refugio íntimo, un espacio donde las emociones se transforman en versos. A veces escribe poemas y los regala, sin pretensión alguna, como pequeños actos de afecto. También tiene el hábito de escribir frases que le llegan de pronto, ideas que nacen sin aviso y que necesita plasmar antes de que se escapen. En su sala de edición, entre cámaras y computadoras, hay un tablero lleno de notas y recordatorios donde él reserva un espacio especial para “la frase de la semana”. Cuando olvida escribirla, sus compañeros se lo reclaman: extrañan esas pequeñas dosis de inspiración que se han vuelto parte de la rutina.

En lo personal, la vida también le ha puesto pruebas difíciles. Vivió una pérdida amorosa profunda que lo marcó durante años. Su pareja falleció en un accidente, y superar ese golpe le tomó casi una década. Sin embargo, logró salir adelante y reencontrarse con la alegría, con la vida y con su propósito. Esa experiencia, aunque dolorosa, le dio una nueva forma de entender la felicidad. Hoy la concibe como algo que no depende de lo material, sino de la actitud. “Si tiene poquito, sea feliz; si tiene mucho, sea feliz; si tiene la mitad, sea feliz”, dice con convicción. Y añade que nada le da más satisfacción que ver felices a los demás, celebrar los logros ajenos y contribuir, desde lo que hace, al bienestar de otras personas.

Hablar con Ito es encontrarse con alguien que ha aprendido a vivir con gratitud, que no dramatiza los problemas y que sabe transformar las experiencias en aprendizaje. Su manera de ver la vida está llena de sencillez y sabiduría. Cree que cada día es una oportunidad para hacer algo positivo, por pequeño que sea, y que el verdadero valor de las personas está en lo que aportan al mundo. “El día que uno no contribuya con algo positivo para los demás, es un día perdido”, suele decir.

En él, la imagen, la velocidad y la palabra se entrelazan en una misma filosofía: vivir intensamente, pero con sentido. Su cámara es su herramienta, su auto es su escape y su poesía, su voz interior. En su tablero de trabajo, entre cables y memorias, resalta una frase que resume su manera de ser y de entender el paso por la vida:
“La verdadera grandeza no se muere, sino que sirve de inspiración para otros.”

Esa frase, más que una idea, es el reflejo de su camino. Porque Ito no solo ha contado la historia de Cali con su lente, sino que también se ha convertido, sin proponérselo, en parte de ella.

Juan José Barrios

Subproceso de Comunicación Organizacional

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