A veces la vida cambia por un favor pequeño, casi insignificante. Para Antonio José Rengifo, aquel giro ocurrió en un pasillo de la Universidad Santiago de Cali, cuando aún estudiaba Derecho y una compañera le pidió un gesto simple: llevar su hoja de vida al Departamento Administrativo de Hacienda para reemplazarla por unos días. Antonio no lo sabía en ese momento, pero ese sobre que entregó sin mayores expectativas sería la puerta a casi dos décadas de servicio público.
Corría el año 2004 cuando entró a la Tesorería. Le asignaron los archivos de cobro coactivo y procesos persuasivos, expedientes que parecían interminables y que él fue entendiendo con la paciencia de quien aprende mirando, preguntando y metiéndose de lleno en el oficio. Esa fue su entrada a la Alcaldía de Cali, una relación que se prolonga ya por diecinueve años,🤗 entre montañas de documentos, ciudadanos inquietos y administraciones que iban y venían mientras él permanecía, firme, silencioso, constante.
Su llegada a la Ventanilla Única también estuvo marcada por el azar. “Vení, apóyanos un ratico en atención al ciudadano”, le pidió un día la tesorera Luz Darí Bará. Ese “ratico” lleva catorce años acumulados y se ha convertido en el lugar donde Antonio mejor encaja: la frontera entre el municipio y cientos de rostros que buscan una respuesta, un papel, una solución.
Allí ha aprendido que servir es mucho más que conocer normas. Es mirar a los ojos, escuchar la molestia o la angustia del otro y tener la serenidad suficiente para orientar. Debe saber de Hacienda, pero también de Planeación, DACMA, Tránsito, la Gobernación e incluso de trámites que se cruzan con ministerios. Cada ciudadano es un mundo, cada consulta un desafío distinto. Por eso ahora es él quien guía a los que llegan nuevos, quien explica, corrige, acompaña, como un faro de experiencia en un mar de procesos cambiantes.
Pero antes de entrar al sector público, Antonio ya había acumulado una vida entera de trabajo. Diez años en la planta de Carvajal le enseñaron disciplina y resistencia: jornadas largas, olor a papel, ruido de máquinas. Más tarde, en el Periódico El Tiempo, pasó de lo operativo a lo administrativo como supervisor de producción. Allí descubrió que el servicio no depende de un escritorio o de una línea de montaje; depende de la actitud.
Aunque la carrera de Derecho quedó inconclusa, cada día en la Alcaldía se convirtió para él en una especie de aula abierta: lecciones de ciudadanía, paciencia, humanidad y orgullo por lo que hace.
Hoy, a sus 68 años, camina con la vitalidad de quien no ha dejado que la rutina lo desgaste. Los domingos los recorre por la ciclovía de la Novena o subiendo senderos que lo conectan con la ciudad desde las alturas, como el de Cristo Rey. 🌿 Es salsero y amante de los atardeceres del Boulevard, ese espacio que defiende como uno de los corazones de Cali.
Dice que la ciudad le ha dado todo: su historia, su gente, las alegrías que lo acompañan cada mañana cuando abre su puesto en la Ventanilla. Por eso invita a los demás a mirar a Cali con otros ojos, a reconocer lo bueno entre el ruido, a entender que “Cali tiene mucho”, que sigue siendo una ciudad que enamora a pesar de sus dolores.
Antonio no planeó quedarse. No soñó con un cargo, ni con una carrera en la administración pública. Y sin embargo, encontró allí su lugar en el mundo. A veces, la vida se escribe así: con favores pequeños que, sin saberlo, terminan trazando destinos enteros.
Juan José Barrios
Subproceso de Comunicación Organizacional